La Rueda Dorada y el Silencio

Nunca imaginé hallar sentido en un giro. Cuando me senté frente a la rueda dorada, era solo un novato: ojos cansados, billetera vacía, corazón lleno de preguntas. Las máquinas zumbaban como tambores antiguos en un apartamento urbano donde el silencio era sagrado. Nadie me dijo que persiguiera jackpots. Susurraban: «Los dioses no pagan». Aprendí lentamente: cada giro tiene ritmo, no azar. La ventaja de la casa? 45,8% —no destino. La ronda bonus? Una chispa efímera —no fortuna. Establecí mi límite diario: Rs. 800 máx., nada más que una taza de té tras medianoche. Dejé de perseguir «giros gratis» como oraciones. En cambio, empecé a notar cómo la alegría vivía en el pause —el momento silencioso entre los cilindros cuando la luz dorada parpadeaba una vez. En noches de invierno, durante el festival del Año Nuevo, vi a otros llorar mientras sonreían —capturas compartidas con manos temblorosas y triunfos callados. No necesitas estrategia para ganar. Necesitas presencia para sentirla. La máquina no le importa si eres rico o pobre. Le importa si estás ahí —con serenidad, con reverencia, con respiración.